Hermanos del Cristo de la Liberación | Foto: Manuel López Martín
01/02/2021
¿Alguna vez se vieron suspendidas nuestras procesiones y actos piadosos populares?
Seguro
que la respuesta a esta pregunta es afirmativa aunque muchos no seamos capaces
de confirmarlo ni, en su caso, concretar en qué momentos y por qué causas los
cofrades salmantinos tuvieron que quedarse en sus casas sin poder vestirse el
hábito y salir en su procesión. Y no, no me refiero a esas aciagas tormentas
que más de una vez en estos últimos años han provocado la suspensión de algunas
de nuestras salidas penitenciales con el consiguiente dolor muchas veces
expresado en sinceras lágrimas. Tampoco quiero que esto sea el recuerdo de
alguna que otra coincidencia con partidos de fútbol, por muy internacionales
que fueran; ni siquiera de aquellos aciagos años de mediado el pasado siglo en
los que el bienestar económico hizo que más de uno mirase a Torrevieja antes
que a su cofradía en Semana Santa, dejando túnicas en los baúles y pasos en las
paneras.
Cuando
me pregunto por la suspensión de procesiones es por si hubiera habido algo
parecido a lo que ahora nos asola. Por si en algún momento se desplomó el
firmamento sobre nuestras cofradías tan de golpe que no dejó margen para la
reacción. Algo como lo que nos arrasó, aunque tuviéramos algunas esperanzas de
que no fuera verdad, en la cuaresma pasada y que continúa y continuará sin
solución de continuidad durante bastante más tiempo del que pudimos sospechar.
Y si
algo así ha ocurrido alguna vez en la historia de nuestra devoción pasional, mi
siguiente pregunta es: ¿Sirvió para algo? Un golpe de estas características,
inesperado y rotundo, ¿pudo haber sido un vértice para que la Semana Santa
salmantina reflexionase? ¿Un momento para que la Semana Santa salmantina
mejorase? ¿Un punto de inflexión para reinventar la Semana Santa? No lo sé pero
me gustaría que así hubiera sido. Porque quisiera que ahora, en estos momentos
en que el impasse se alarga tanto como para suspender de nuevo nuestras
actividades, dedicásemos, como entonces, algún momento a pensar en las
necesidades de nuestras cofradías, en su sentido más amplio, y aprovechásemos
el momento para renovarlas y renovarnos.
Ahora,
cuando tenemos ya en puertas el periodo cuaresmal que siempre invita a la
introspección y análisis espiritual, puede ser un momento excelente para dejar
a un lado lamentos por lo que no vamos a poder hacer y arrimar el hombro para hacer
lo que se pueda. Abandonar esa «costumbre» de identificar la Semana Santa solo
con procesiones –hasta el punto de no abonar cuotas por sentir que no se recibe
el «servicio»– y ver qué y cómo se puede mejorar. Adecuarla y adecuarnos a
estos nuevos tiempos en los que todo está a nuestro alcance a golpe de tecla
sin renunciar a los aromas del incienso. Vivirla en este tiempo sin renunciar a
cuanto de bueno hemos heredado, aunque quizá se haya agrietado u oxidado con el
paso del tiempo. Dar un golpe de timón para reforzar esas debilidades que
ahora, con este parón forzado, vemos que estaban ahí y que el frenesí de montar
pasos, planchar hábitos, cuadrar alturas y abrillantar enseres nos impedía
agarrar para solucionarlas. Porque hay que cambiar cosas, hay que recuperar lo
bueno que se perdió con el paso del tiempo y cubrir esas necesidades que ahora
han quedado manifiestas.
Hemos
tenido todo un año para tomar nota de cuanto necesitamos y, por desgracia,
vamos a tener otro año en el que llevar a la realidad todo eso que tenemos
anotado. Pues abramos las ventanas y renovemos los aires. Cambiemos el espíritu
y sin renunciar nunca a nuestros orígenes, sino invocándolos, vayamos más allá
de ser cofrades de cuota, de cirio o de costal. Tenemos alternativas y podemos
llevarlas a cabo. Pues, dejémonos guiar por quienes saben llevar las riendas
mejor que nosotros y hagamos una Semana Santa diferente dentro de la tradición.
Reinventemos la Semana Santa. Ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario