La Borriquilla. Salamanca | Foto: José Javier Pérez
02/02/2021
Comenta mi amigo y contertulio Francisco Javier Blázquez en su última columna para este digital que nuestra Semana Santa, la de los cofrades, es diferente. No sé si más que la de los no cofrades, pero sí necesitada de unos instrumentos y parafernalias que quienes no están en la nómina de una hermandad o cofradía no entenderán a no ser que pongan algo de intención en ello. Comenta esto y acierta en su análisis, como siempre. Porque no es que los cofrades seamos cristianos de otra pasta, pero necesitamos que ese gusano de actividades paralitúrgicas, en muchos casos exageradas en sus formas, corra por nuestras venas para sentirnos vivos en este Misterio. ¿Irreverente? Quizá, pero son ya siglos los que contemplan esta forma de ver la Pasión y la Pascua para saber que es una costumbre –no digo hábito por no buscar el juego de palabras– que es difícil que desaparezca.
Desde la otra orilla, esa que busca centrar más
nuestra vida cofrade en el respeto a la formalidad de cultos y liturgias aun
sabiendo que lo que nos mueve es más ese catecismo callejero que escribimos
para los que nos contemplan sin preocuparnos de si lo hacemos con alguna falta
en su ortografía, también en su columna de pasionensalamanca.com, mi también
contertulio y amigo Pedro Martín nos anima a no dejar de lado actos y cultos
formales por el hecho de no poder realizar nuestras salidas devocionales o
festividades sacras con nuestras imágenes, cosa que ya vamos asumiendo aunque
aún haya quienes mantienen encendida una llamita esperanzada más ilusionada que
real.
Y ambos, Javier y Pedro, tienen razón. Y nuestras
autoridades cofrades, civiles y eclesiásticas, deberían tener en cuenta la
lectura de sus escritos para acercarse, si no encontrar, a ese equilibrio que
satisfaga o, al menos, desilusione lo menos posible a cuantos nos vemos
involucrados en este proceso piadoso popular.
Mantener la edición de un cartel anunciador y cuanto a
esto rodea o el anuncio pregonado de la Semana Santa salmantina, «nuestra
Semana Santa», en un Teatro del Liceo que verá, por primera vez, su patio de
butacas apenas ocupado, será misión de la Junta de Semana Santa, como siempre,
y estoy seguro de que ya están rematando lo que quedó hilvanado hace poco menos
de un año para que todo discurra como si nada hubiera pasado.
Llevar esta religiosidad popular, de la que algunos
proclaman orgullosos su carácter de fiesta interesante, por plazas y rincones
de cualquier ciudad, ferias y exposiciones, debe seguir siendo el empeño de
nuestros ediles municipales. Deben mantener su defensa por esta tradición como
si nada hubiera pasado. Y mantener esta defensa pasa por aspectos tan prosaicos
como la renovación de un convenio-acuerdo económico que tenga en consideración
las adversidades vividas por cofradías y hermandades. Que aunque no solo de pan
viva el cofrade, bien es cierto que una economía saneada nos hará más fuertes
o, al menos, nos permitirá atravesar este desierto pandémico con el menor daño
posible.
Y por último, una vez se oficialice la inevitable
suspensión de procesiones –algo que debería ser consensuado por diócesis y
municipalidad–, buscar esas alternativas religiosas que atraigan a quienes
vemos en pasos e imágenes el núcleo de nuestro vivir el Misterio Pascual. Queda
esto en manos de la diócesis, con nuestro obispo a su frente, y en la
Coordinadora Diocesana de Cofradías, como órgano delegado. Atraer sin menoscabo
de la liturgia. Un reto al que hay que hacer frente con imaginación, ilusión y
comprensión. ¿Cómo? Ojalá pudiera yo aportar la primera idea, pero seguro que
hay más de uno que puede poner su grano de sal en este salero. En cualquier
caso, apagar en lo posible los ardores penitentes que a todos se nos despiertan
con los primeros inciensos de la cuaresma. Muchos estamos dispuestos a
participar. ¡Seguro!
Así, con los tres pies de este tajuelo bien torneados
y asentados en terreno firme, podremos celebrar una Semana Santa popular,
cofrade, cultural, litúrgica y atractiva… dentro de lo posible.